Pequeñeces
Ayer, después de muchos meses, por fin pude ir al peletero (a cortar el pelo). La diablilla menor, cuando me vio:
– Papi, ¿por qué te has quedado calvo?
– No, cariño, he ido a la peluquería a que me corten el pelo.
– Papi, ¿por qué te han dejado calvo?
– Que no, que sólo me han cortado el pelo.
– Papi… ¿por qué te han cortado el pelo y te han dejado calvo?
– ¿No te gusta?
– Puaj!
Y esto, queridos lectores, es lo que se llama amor de hija.
El espíritu de los cínicos: Prejuicios del escote
Situación incómoda
Me sienta fatal cuando después de un tiempo sin ver a alguien o cuando conoces a una persona desde hace poco, te saluda diciendo tu nombre, y haciendo hincapié en él.
– Hola GORKA.
Y entonces empiezas a dar vueltas a la neurona, intentando conectar las dendritas de alguna forma que permita recuperar el nombre de algún escondite de la memoria. Pero es imposible. No hay manera de recordarlo.
(a ver, el nombre era parecido al de un actor famoso. George, Jorge, sí, Jorge. No, espera que es una chica… mierda)
– Buenas… ¿qué tal?
Y entonces ves la cara que pone, y los dos sabéis que no te acuerdas del nombre. Pero por una extraña razón, mezclando la vergüenza por un lado y la mala leche por el otro, ni se pregunta ni se dice el nombre. Y así, podemos tener esta situación:
Traducción: – Odio cuando no sé el nombre de alguien pero ha pasado demasiado tiempo como para que sea extraño preguntarlo.
– Tú, Rachel, aceptas a este hombre…
– Ajá, Rachel.
[me] han dicho…